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Hoy se cumplieron 10 años de la desaparición física de Elena Margarita Mattiussi, o como todo el mundo académico se encargó de bautizarla e inmortalizarla a la vez: “Tita”. Racinguista desde el minuto cero hasta el último de su vida, se encargó de formar y acompañar con afecto a varias generaciones de jugadores que vistieron los colores de su querido club, además de desvivirse por él y para él. En el presente, tanto la casa que alberga a los juveniles en el estadio como el predio donde entrenan cerca de el Cilindro, llevan su nombre. Todo un símbolo para que las generaciones jóvenes que llegan a la institución año a año no olviden jamás el nombre de una persona que se brindó siempre por Racing sin exigir nada a cambio y cuyo recuerdo permanece y seguirá vigente tan sólo con pensar en los colores blanco y celeste. Esos que ella amó de manera incondicional. Por ese amor y por su legado, hoy Racing la recuerda de manera sincera, como cada día, y le dice gracias una vez más.
Hija de Ida y César Mattiussi, quienes en 1915 pasaron a ocuparse del cuidado de la cancha de Racing Club, “Tita” nació en la vieja casilla ubicada en el antiguo estadio. Desde pequeña, comenzó a querer a los colores y con el transcurso de los años, ese sentimiento se transformó en un amor que trascendió todas las fronteras imaginadas hasta por ella misma.
Con esmero y dedicación, brindó su vida entera para ayudar a su Racing Club desde cuanto lugar pudo, tanto en las buenas como en las malas. Además de ser la hincha número uno cada vez que el equipo salía a la cancha, ella fue consciente de que el mundo racinguista no terminaba con lo que pasaba ahí dentro sino que iba mucho más allá. Por eso, cuando con el paso del tiempo logró llegar a ser encargada de la pensión donde se hospedaban los chicos de las divisiones juveniles y consiguió en base a amor, cariño y comprensión ser madre para algunos, amiga para otros pero por sobre todas las cosas “Tita” para todos. Con sencillez demostró que la humildad, el sacrificio y la entrega sin exigir ningún tipo de retribución por ello eran posibles con un común denominador: el amor por esos colores que para los cuales vivía desde que tenía memoria.
Falleció el 3 de agosto de 1999 en su Avellaneda natal y todo Racing sintió su pérdida: dirigentes, jugadores y la gente. Todos la habían adoptado como parte de su vida, porque en efecto lo era, y su pérdida generó una tristeza que tan sólo se borra cuando se evoca su recuerdo que, como se aprecia en el presente, es más fuerte que todo. Por eso trasciende en el tiempo y no desaparecerá jamás mientras haya una sola persona con los colores blanco y celeste en el corazón que la recuerde con sincero cariño. El mismo que ella tuvo para con su amada institución durante cada uno de los días de su vida.
Hija de Ida y César Mattiussi, quienes en 1915 pasaron a ocuparse del cuidado de la cancha de Racing Club, “Tita” nació en la vieja casilla ubicada en el antiguo estadio. Desde pequeña, comenzó a querer a los colores y con el transcurso de los años, ese sentimiento se transformó en un amor que trascendió todas las fronteras imaginadas hasta por ella misma.
Con esmero y dedicación, brindó su vida entera para ayudar a su Racing Club desde cuanto lugar pudo, tanto en las buenas como en las malas. Además de ser la hincha número uno cada vez que el equipo salía a la cancha, ella fue consciente de que el mundo racinguista no terminaba con lo que pasaba ahí dentro sino que iba mucho más allá. Por eso, cuando con el paso del tiempo logró llegar a ser encargada de la pensión donde se hospedaban los chicos de las divisiones juveniles y consiguió en base a amor, cariño y comprensión ser madre para algunos, amiga para otros pero por sobre todas las cosas “Tita” para todos. Con sencillez demostró que la humildad, el sacrificio y la entrega sin exigir ningún tipo de retribución por ello eran posibles con un común denominador: el amor por esos colores que para los cuales vivía desde que tenía memoria.
Falleció el 3 de agosto de 1999 en su Avellaneda natal y todo Racing sintió su pérdida: dirigentes, jugadores y la gente. Todos la habían adoptado como parte de su vida, porque en efecto lo era, y su pérdida generó una tristeza que tan sólo se borra cuando se evoca su recuerdo que, como se aprecia en el presente, es más fuerte que todo. Por eso trasciende en el tiempo y no desaparecerá jamás mientras haya una sola persona con los colores blanco y celeste en el corazón que la recuerde con sincero cariño. El mismo que ella tuvo para con su amada institución durante cada uno de los días de su vida.
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